-1-ÉL-
Me consuela saber
que duermes ya cansada
en la baranda del recuerdo,
donde ayer te robaba
desnudeces de reojo.
Donde los geranios
compartían tus silencios,
y tus silencios
compartías tú conmigo.
La rama de mi cuerpo
subía al cielo,
al ver como se unían
las ramas de tu cuerpo en los encajes.
Y me acostumbré a soñarte
toda entera.
Soñaba tus pechos más redondos.
Soñaba en el color de tus mejillas
en mi boca.
Soñaba en el calor de tus uñas
en mi hoguera,
la que en mi corazón, arañaste
sin medida,
y me mataste
lentamente,
anunciando, sin palabras,
tu partida.
Me consuela saber,
que, aunque sin mí
sigues corriendo,
escapando de las piedras enemigas.
Pero ahora sé que ya no caes.
Las cicatrices abandonan tus rodillas.
No le dimos tiempo
al tiempo de los bancos,
de las plazas,
de las robadas y ocultas
“oscureces”.
No le dimos tiempo
al tiempo de los besos,
los abrazos,
al tiempo de descubrir
al cuerpo ajeno.
Eso sí.
Una noche te robé
dos caricias
y tres besos,
si en la cuenta,
contamos con los sueños.
Me consuela saber
que en la ciudad,
cuando te acuestes,
te acuerdes de mí
y de los geranios,
y aunque en tus ramas
edifiquen otros nidos,
tengas el detalle
de compartir
tu silencio
con el mío.
-2-ELLA-
Imagino que viven
dentro de mi espejo.
Y por si me observan
me avergüenza desnudarme.
Aunque a veces,
rompo miedos y tabúes,
y con la ropa de haber nacido,
me acerco
y observo,
que mis pechos no han crecido.
Después,
me siento
en la vieja silla de madera,
y cubro mi pequeño sexo,
inmaculado y
silencioso.
Blusa blanca.
Falda roja.
Y antes de ponerme mis zapatos
me gusta acompañar
a los geranios,
que duermen
y esperan al sol
en mi baranda.
Los rayos de sol
doblan las esquinas,
y golpean mi rostro fuertemente.
Dan calor a mis geranios
e iluminan los lunares de mi frente.
No suelo adornarme con perfumes
por que el pueblo posee sus aromas,
a azahares,
a cerezas,
otras veces a lavanda,
pero casi siempre huelo
a la esencia de geranio,
de los que hay en mi baranda.
Y vuelvo a divisarme en el espejo.
Y en unas trenzas mi cabello recojo.
Y vuelvo a salir a mi baranda,
para ver si aún existe,
aquel chiquillo que me mira de reojo.
-3-ÉL-
Sólo en sábado y domingo
comparto contigo
el viento que respiro.
Venimos cada uno de nuestra ciudad,
de nuestro deber,
de nuestro soñar.
De andar entre ventanas que te espían.
De pisar suelos humeantes,
hogares de palomas clandestinas.
Donde las almas se mezclan con los vivos,
y la muchedumbre dobla las esquinas.
Donde la belleza se comprime
en los dedos sucios
del flautista,
que en la boca del metro
despierta a prostitutas y borrachos
que no saben volver.
Pero yo vuelvo.
Los sábados y domingos vuelvo.
Yo, desagradecido,
los nombro sólo pájaros,
pero ellos me pían por mi nombre,
y me ofrecen cantos que no sé descifrar.
Ahora ya no corremos.
Andamos despacio,
apretando el pie en cada pisada,
haciéndola diferente a las demás.
Y cuando llego a los bancos
que inmóviles quedaron en la plaza,
por instinto,
y sin girar cabeza,
sé que no te voy a ver
pero te miro.
Miro los ornamentos de oxido de hierro,
y los palos secos que guardan las macetas.
Y miro la puerta de madera carcomida
que velaba tu desnudez
cuando dormías.
Pero te veo aún allí apoyada,
sonrojada y virgen como antaño.
Con los dedos de tus pies bebiendo brisa.
Con tu pelo de madera alborotado,
con una falda corta insinuante,
y de los cinco
un botón desabrochado.
Y en un pensar
te deseo nuevamente en mis sentidos.
Y los sueños que me caen,
los recojo.
Y muevo de nuevo
el motor de mi memoria
con otra simple
mirada de reojo.
-4-ELLA-
Ñic, ñac, ñic, ñac......
La mecedora de nogal
comparte conmigo
las líneas de sol,
que han podido vencer
a los listones de madera
que custodian mi silencio.
Ñic, ñac, ñic, ñac.......
Mi rostro, aún joven,
esta cansado.
Mis ojos, aún azules,
brillan,
aunque de manera diferente.
Mi sonrisa, tímida,
regala melancolía
a los que viven dentro de mi espejo.
Y mi cabello es un pañuelo verde,
que cambió rizos por nudos,
cuando empezaron
a acribillar mi cuerpo
con tubos y agujas,
por donde,
en lugar de entrarme vida,
le abrían pasadizos
invitandola a marcharse.
Me levanto, a duras penas,
y me acerco al ventanal.
Pasan hombres.
Pasan niños.
Y también algún recuerdo,
que es lo que me duele más.
Con su prensa bajo el brazo,
pareció que me miraba.
Incluso en mi gran silencio
me pareció que lloraba.
Y yo deseo sus ojos,
su boca,
su dulce frente.
Pero no puedo tenerlo.
Tengo contrato de muerte.
Ñic, ñac, ñic, ñac......
Ñic.
Ñac.
Ñic.
Ñ....
Mis pesados párpados
desafían la ley de la gravedad.
Pero no puedo con ella
y me duermo hasta soñar.
Y en este mundo de sueños
irreal pero atractivo,
me esta mirando ese hombre,
con su cara de chiquillo.
Y yo con mi falda roja,
seco mi pelo en el sol.
Mis codos en la baranda
y en la radio mi canción.
El viento mueve las hojas.
Los niños pasan corriendo.
En mi mundo de los sueños
aún no me estoy muriendo.
Alguien de los habitantes
de mi espejo envejecido
saca una de sus garras
y grita: -“Vente conmigo”-
Ñic, ñac,ñac...
Ñac....ña......ñ......
ADIOS.
-5-EL-
No suelo adornarme con perfumes,
por que el pueblo posee sus aromas.
a azahares,
a cereza,
otras veces a lavanda.
Pero hoy me he dado cuenta
que hay un olor que ignoraba.
Es un aroma algo triste,
pastoso y fácil de oler.
Y aunque parece muy fuerte
es simplemente otro aroma
de los que trae la muerte.
Lleva pepitas de fresa.
Pizca de melocotón.
Y los que pueden olerlo
le añaden sin darse cuenta,
tropezones de dolor.
Las calles parecen más empinadas que nunca.
El pintor del cielo perdió el blanco.
Y ya sé descifrar el canto de los pájaros.
Y me detengo a escucharlos,
pero sólo cantan “fados”.
Aquí en el pueblo
todo llora.
Llora la cal de los muros.
Llora el seco riachuelo.
Llora el viento y las bisagras,
la mula,
y llora el molino de agua.
Lloran las piedras ordenadas de la calle.
Y los músicos ancianos,
con sus instrumentos,
por la noche,
hacen llorar a la banda.
Pero de todos los llantos,
el más ensordecedor,
sin duda,
es el de los geranios
que hay, en la que fue
tu baranda.
En mi banco quieto de la plaza,
quiero llorar y no puedo.
Temo vaciarme de llanto,
por no poseer tu pelo.
¿Por qué nunca te lo dije?
¿Por qué he vivido callado?
Aunque mire de reojo
no te veré en ningún lado.
Antes de morirme, lento,
de nostalgia,
quiero dejar,
los actos que me quedan, ordenados.
Por eso,
pido un gran perdón
a las palabras que no dije.
Y uno más pequeño
a las que sólo dije susurrando.