Nunca me di cuenta anteriormente.
Pero la muchacha en realidad
es muy hermosa.
Jamás me di cuenta
del blanco de sus ordenados dientes
tras su risa,
tal vez porque nunca sonreía.
A la muchacha no es que le gustara
deambular por la ciudad.
Es que no tenía más remedio.
Hace tiempo, la muchacha
se asustaba si su sombra se movía.
Si un lejano claxon sonaba anunciando bienvenidas,
o si una paloma alzaba el vuelo.
Ahora la muchacha en estos casos
sigue caminando hacia el futuro.
Y si un claxon es el que la llama
ella, coqueta, alza el vuelo
como la paloma que antes la asustaba.
Hoy se ha dado cuenta
que sus ojos son azules
porque padre y madre
tenían los ojos claros.
Ya no son como hace un tiempo,
oscuros de rencor y de locura.
Impregnados de dolor y de mil
culpas que nunca fueron.
Nunca me di cuenta anteriormente.
Pero la muchacha en realidad
es muy hermosa.
Y me encanta verla mirar escaparates
y cuando llueve, esquivar los charcos
que adornan la avenida.
Me gusta verla oler las flores frescas
que se unen a su auténtica y única frescura.
Y cuando cuenta los aleteos de una mariposa
y si el número de estos se aproxima,
más o menos, al que ella había pensado, se regala
un buen café en una terraza
donde la brisa, en estas fechas,
dibuja su tez lisa
y le recuerda que existe.
La muchacha y yo coincidimos muchas veces.
Yo escribiendo versos.
Ella, en la mesa de al lado
fotografiando la libertad a parpadeos.
Yo un día le conté
que soñaba ser poeta
y ella me recitó el trágico
poema de su vida.
¿ Puedo escribirte algo?-le pregunté
mientras la adolescencia viajaba
de regreso a su memoria.
Pues claro- respondió ella sonriente,
intentando adivinar el número de versos
que tendría su poema
para ganarse un café.
Sólo puso una condición
que en su poema
apareciera la palabra “ahora”.
Porque después de uno nombrarla
siempre comienza un futuro.
El futuro de la muchacha
comenzó después del portazo
que la separó para siempre de él.
Respecto a su poema. Acepté el trato.
Cuando me marchaba le pregunté su nombre, después de intercambiar nuestros números telefónicos.
Ella, la muchacha, dijo que su nombre un día se lo robaron y estaba intentando todavía recordarlo.
Quedé con ella para el día siguiente.
Mientras me alejaba sonó mi teléfono. Era ella, la muchacha.
Al principio me asusté recordando su duro pasado. Temiendo que le sucediera algo al no
tenerme a su lado intercambiando suspiros.
Me volví y la vi a lo lejos. Sonriendo.
Moviendo su brazo en una especie de aspavientos disfrazados de saludo.
Le devolví el saludo y por supuesto, la sonrisa
y descolgué.
Esperanza, me llamo Esperanza.