Existen dos tipos de
poetas.
Unos cuentan sílabas y
versos.
Otros, en cambio,
cuentan penas y
sonrisas
o las hojas que caen de
aquel árbol en otoño.
Unos recitan en teatros
repletos de eruditos
que esperan champán y
canapés
tras la lectura.
Otros clavan sus
poesías en el viento,
y sin hablar
le cuentan una historia
a la muchacha
que acaba de sonrojarse
porque el joven tímido
hoy ha roto su silencio
y por fin ha dicho que
la ama.
Algunos poetas venden
libros
capaces de vivir
contigo en el estante.
Otros, sin embargo,
pueden habitar siempre
a tu lado,
a cambio de escucharlos
un instante.
Existen dos tipos de
poetas.
Los que se sientan y
esperan que las palabras
vayan acudiendo a su
escritorio.
Y los que, por más que
corran,
la poesía no se va a
detener hasta alcanzarlos.
Unos escriben de amor,
por
sus honores.
Otros tiene el honor de
ser
el amor sin
condiciones.
Unos son noticia en
diarios y revistas.
Otros se desviven para
que su cuerpo
coincida simplemente
con su sombra.
Unos son estudiados en
escuelas y congresos.
Los otros, con
humildad, estudian
la mejor manera para
esperar la primavera.
Existen dos tipos de
poetas.
Unos escogen los
vocablos
que en sus recovecos
guarda un diccionario,
los otros sólo eligen
los atrevidos,
los que salen de él,
como volando.
Y de todos los poetas
que existieron,
sin dudarlo,
yo me quedo con los
otros.
Porque gracias a ellos
pude decirte
aquella tarde que
brillaba el sol,
mientras llovía,
que mi vida no era nada
sin tu vida.
Y si dejabas de mirarme
me moría.