jueves, 3 de octubre de 2013

SEGUROS




Las aseguradoras ya no quieren
asegurar mi corazón.
Llevo muchas reparaciones
y les salía caro
mantener mi póliza.
Ahora debo usarlo con cautela.
Corro más lento.
He moderado el consumo de tabaco
y me enamoro más despacio.
Sobre todo me enamoro más despacio.
La mayoría de averías
eran por este motivo.
Por llevar exceso de velocidad en los amores
y frenar siempre
después de haber colisionado
con tu boca.

MI NOMBRE




A menudo olvido mi nombre.
Debe ser porque lo uso poco,
ya que al ir yo siempre conmigo
no suelo llamarme nunca.
Pero somos inseparables.
Igual pasa un día entero junto a mi
bebiéndonos el reflejo de los escaparates
y después,
aún agotado,
me acompaña de noche
a intentar dibujarle
unos ojitos y una boca sonriente
a la Luna.

Si encuentro a alguien
que usa el mismo que yo,
sin querer me siento cómplice
y de una manera sutil, silenciosa e imaginada
le agradezco
que me recuerde cómo me llaman
ya que a menudo olvido mi nombre.
Debe ser porque lo uso poco
ya que al ir yo siempre conmigo
no suelo llamarme nunca.



AUTOBUSES



Los autobuses devoran horizontes
hasta que encuentran su destino.
Algunos pasajeros no se pierden
ni un momento de esta gesta.
Otros sólo duermen
usándose como almohada
a ellos mismos,
o en el mejor de los casos
el hombro de un ser amado y compañero.
Los autobuses van llenos
de futuros y de pasados.
De gente que compró un billete
a la felicidad
y huye.
De gente que regresa
después de no haberla encontrado.

En el autobús la muchacha lee un libro
y el joven escucha una canción
con los ojos cerrados
y la radio prendida.



En el autobús
la dama que, a duras penas,
conserva su frescura
lee las manchas del cristal de la derecha
y el hombre que lleva casi un mes
sin rasurarse
escucha sus latidos
con los ojos abiertos
y con el alma apagada.

El conductor no pierde de vista su trayecto,
custodia demasiados corazones clavados en su espalda.

Cuando haya engullido los horizontes
que en su menú traía estipulados,
el autobús se detendrá.
La humanidad de agua,
como un rio,
se irá esparciendo
por las calles del viejo distrito.
Algunos irán al mar,
otros andarán por la avenida principal
que los vigila,
otros no puedo deciros dónde están
porque han desaparecido velozmente.

Pero el hombre que iba sentado al fondo
con un traje de tiempo y telarañas,
con unos zapatos negros de despedida
y una maleta llena de almanaques
y vacía de tempestades,
quedará inmóvil en medio de la plaza.
Observará como el autobús se aleja.
Me temo que está esperando el próximo.
Anda buscando a su hijo.
En el autobús me enseñó su foto.
Era igual que el sol.


El autobús ha encendido sus faros.
En la ciudad faltan tres segundos

para que comience a anochecer.




CAFÉ EN TERRAZA



Un café en una terraza
es un paréntesis.
Un decir “ahora luego
me vuelvo a enganchar a la vida”.
Es un momento fantástico
para perfilar quimeras
o para fotografiar la vida que pasa
en instantáneas tan instantáneas
que ni siquiera
tienen derecho al revelado.
Un café en una terraza
tiene magia,
sobre todo si a esa taza
la observan cuatro ojos
y los otros dos que miran son verdes,
parpadean
y en cada fotografía que ellos hacen

siempre va dejándote un secreto rebelado.

PALABRAS MOJADAS



Sí.
Ya.
Lo tengo decidido.
Voy a subirme al edificio más alto de la ciudad.
Sentado en la azotea
y con cuaderno en mano
esperaré que llueva,
porque es normal por estas fechas.
Cuando las gotas vayan abandonando las nubes
y antes que caigan al suelo,
interrumpiré su trayecto
y en cada una de ellas
ataré una palabra.

La gente andante irá mojándose
de agua y de palabras.
Algunos construirán con ellas promesas o puentes.
Otros, venganzas innecesarias.
La joven se conformará, tal vez,
con sólo una,
“beso” o “amor”, por ejemplo,
y al anciano le vendrá justo
para sujetar la palabra “vida”.

Cuando las haya repartido todas
y mi cuaderno renazca de nuevo inmaculado,
bajaré a los suelos
y me mezclaré con los humanos empapados.

Algunos mojados por palabras,
otros por esa lluvia común por estas fechas,
y los que no tuvieron suerte de unirse a la multitud,
yacerán,
mojados igual,

pero de llanto.