|
HELENA ENGUÍDANOS |
En la
academia de danza enseñan
como
moldear el aire con las manos.
Acariciarlo,
cosquillearlo,
y los
delgados dedos usarlos para escribir
poemas en
su panza.
En la
academia de danza
deben
siempre andar
como con
miedo,
de puntillas,
para no
pisar memorias oxidadas
ni
silencios,
y así no
despertar recelos
ni a los
fantasmas que, como pueden,
viven
detrás del espejo amontonados.
En la
academia de danza
a veces
también bailan
o por lo
menos, eso es lo que quieren
hacernos
creer a los profanos.
Tienen
miedo que las ciudades se enteren
que allí
dentro
los
cisnes no llegan a morir nunca del todo
y
rompiendo cascaras de nuez
uno puede
ser feliz y no dejar de llorar eternidades.
Dentro,
las agujas del reloj se vuelven locas.
Una
bailarina puede estar volando por los cielos
y todo
puede llegar a quemarte más que el fuego.
Por eso,
por las noches
salen
todos felices y agotados
de haber
hecho el amor con ellos mismos.
De haber
violado normas y recetas existentes
o de
haber jugado con Dios al ajedrez
y haber
ganado.
Pero por
favor, no se lo digas a nadie.
De
momento creo que es mejor que todos crean
que en la
academia de danza
tan solo
bailan.