Mi
soledad tiene una puerta
de
madera carcomida.
Mi
mirada un pájaro azul
que
huele niño.
Mis
atuendos resguardan
un
puente levadizo
y
dos de los tres deseos
que
perdí al resbalar
en
tus esquinas.
Mis
palabras cojean a menudo
pero
cuando les da por correr
no
existe ser humano
que
vaya detrás y las atrape.
Mis
aplausos sólo aplauden bienvenidas
y
en mis dedos
no
acaban de cicatrizarse
las
heridas.