Algunos intentan
rescatar su juventud
en viejas fotos.
En las que aparecen,
por lo general,
con más pelo
y con más dientes.
Otros se acercan a
aquel parque
donde oxidados duermen
los columpios
que un día fueron
suyos.
Yo he encontrado un
lugar idóneo
para almacenar por
orden alfabético
mis recuerdos.
Sé que mi juventud
quedo apresada
en el leve murmullo
de alguno de mis discos
de vinilo.
En ese pequeño
simulacro de llovizna
andan metidos
todos mis amores de
tarde y de memoria.
Todos los minutos que
me harte de vida
y todas las
taquicardias
que anuncian la
presencia
de un querer cercano.
El minúsculo murmullo
del vinilo
compartió mi atardecer
de varicela
y ese primer beso torpe
y vergonzoso
que brotó en aquel
banco de metal
que se esfumó
cuando acabó la
primavera.
El susurro de mis
discos de vinilo
me enseño a envejecer
a 45 revoluciones por minuto.
Ahora, ya más relajado
a 33 revoluciones
lo recuerdo.
Observando todas las
vueltas
que ha ido dando mi
única vida
veo como el vinilo da
las suyas
entonando aquella
canción
que trae escondida.
Una melodía que se une
a la perfección
al murmullo de mis
discos de vinilo,
donde puedo oler
a goma de borrar,
a bocadillo de nocilla,
a katiuskas mojadas
hasta dentro
y al perfume de los
pechos
de la muchacha
que vivía allá en la
esquina
y a veces se asomaba a
la ventana.
El susurro de mis
discos de vinilo
es un confidente serio
y mudo
y nunca desvelará mi
juventud.
Él seguirá simulando
por siempre
aquella lluvia
que me mojó cuando te
amaba
sin poder decirme
a quién amabas tú.
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