Permítame
, ya que no llevo sombrero,
que levante la tapa
de mis sesos
cuando pasa.
Permítame que le
entregue
unas pequeñas
reverencias
y sople la arena de
su camino andado
para que el polvo
no dañe la blancura
de sus pasos.
Permítame también
que la ame un poco.
Sólo con un poco
tengo bastante.
Permítame, igual
que la lluvia a usted moja,
riegue yo las flores
de un jardín
que no es mio.
Permítame que
adivine dónde aterrizarán
los días que pasan
volando,
por si en uno de
ellos
se rompe el tren de
aterrizaje,
cae,
y puedo permitirme
el ayudarla a levantarse.
Permítame que le
siga hablando de usted
porque tanta
hermosura
merece un respeto.
Permítame que
coloqué en sus delicadas manos
estos versos.
Puede ser qué usted
los lea
o los lance a la
hoguera eternamente.
En ambos casos,
permítame que le
diga,
que sé que habrá
sonreído
y el tiempo que
tarde en leer este poema
usted habrá sido
inmensamente feliz.
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