jueves, 3 de octubre de 2013

AUTOBUSES



Los autobuses devoran horizontes
hasta que encuentran su destino.
Algunos pasajeros no se pierden
ni un momento de esta gesta.
Otros sólo duermen
usándose como almohada
a ellos mismos,
o en el mejor de los casos
el hombro de un ser amado y compañero.
Los autobuses van llenos
de futuros y de pasados.
De gente que compró un billete
a la felicidad
y huye.
De gente que regresa
después de no haberla encontrado.

En el autobús la muchacha lee un libro
y el joven escucha una canción
con los ojos cerrados
y la radio prendida.



En el autobús
la dama que, a duras penas,
conserva su frescura
lee las manchas del cristal de la derecha
y el hombre que lleva casi un mes
sin rasurarse
escucha sus latidos
con los ojos abiertos
y con el alma apagada.

El conductor no pierde de vista su trayecto,
custodia demasiados corazones clavados en su espalda.

Cuando haya engullido los horizontes
que en su menú traía estipulados,
el autobús se detendrá.
La humanidad de agua,
como un rio,
se irá esparciendo
por las calles del viejo distrito.
Algunos irán al mar,
otros andarán por la avenida principal
que los vigila,
otros no puedo deciros dónde están
porque han desaparecido velozmente.

Pero el hombre que iba sentado al fondo
con un traje de tiempo y telarañas,
con unos zapatos negros de despedida
y una maleta llena de almanaques
y vacía de tempestades,
quedará inmóvil en medio de la plaza.
Observará como el autobús se aleja.
Me temo que está esperando el próximo.
Anda buscando a su hijo.
En el autobús me enseñó su foto.
Era igual que el sol.


El autobús ha encendido sus faros.
En la ciudad faltan tres segundos

para que comience a anochecer.




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