lunes, 10 de enero de 2011


En el pueblo no existen los secretos. Me acompañan a mi retiro los faroles, y en el rellano de la casa un amanecer esta esperando que madrugue. En el pueblo uno no puede llorar completamente solo. Todas las piedras de la calle te consuelan unidas, y el viento golpea tu espalda para ayudarte a subir la cuesta que se esfuerza por mostrar camino llano. Pero a veces, el dolor es tan grande que vas subiendo y subiendo hasta que puedes. Después quieres lanzarte al vacío pero ves los ojos de tu pueblo que te lloran. Ves solas las casas, sin vida, sin criaturas que alboroten su interior prendiendo lumbre. Y la campana que no da el toque a la misa porque sólo nadie acudirá con oraciones. En el pueblo no es que no existan los secretos. Es que ya no existe el que los guarda.

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