viernes, 14 de enero de 2011


Esta historia comienza cuando llega la noche, igual que lo hacen muchísimas historias. Pero en la mía no vale decir, para hacerlo más literario, la oscuridad cubrió la ciudad. En mi historia prefiero decir, la noche fue cambiando los colores a las casas, más pardos, a las calles, mas grises, y cubrió a las personas de sueños. A alguna gente les trajo pesadillas, pero eso ya era culpa de cada cual. En eso no tuvo que ver nada la noche.

Mi historia puede suceder en cualquier oscurecer. Lluvioso, caluroso, solitario, eterno. Cualquier anochecer vale para este cuento, sólo debe de cumplir un requisito inapelable. Que la ciudad en que muere el día se llame Onda.

Aquella jornada ya había terminado para el funcionario que acompañaba en su vida laboral a los curiosos que se acercaban para ver, mirar e incluso admirar las piezas cerámicas que quietas quedaban en los estantes de aquel… como lo llamaría…de aquel cóctel de historia.

Os voy a confesar una cosa. Él, el guardián, no lo sabe. Pero cuando da la ultima vuelta a la llave y el museo queda herméticamente cerrado. Yo suelo venirme aquí por las noches. Uso esa particularidad que tenemos los poetas de acceder a los sitios vigilados sin que salten las alarmas.

Aquella noche entré como tantas, y me senté a esperar.

Creo que tuvieron mucho trabajo, o alguna reunión, no sé. Algo fuera de lo normal si que deberían de estar haciendo, porque a estas horas ya siempre estaban aquí.

Era lo que me temía, les había entrado un pedido urgente y se tuvieron que quedar a terminarlo. Pero ya estaban llegando todos.

Poco a poco de las fotos que colgaban en las paredes del museo iban saltando al exterior las gentes que quietas posaban durante los momentos de luz.

Allí hacíamos un corrillo en el suelo y cada uno sacaba lo que llevaba en ese saquito de tela cerrado con un nudo, que nos acostumbramos a llamar “vasquet”.

En aquellos almuerzo nocturnos de época de hambre lo que más nos alimentaba eran las palabras.

Yo les hablaba de los hornos lineales, ellos de los morunos, yo de las maquinas de esmaltar, ellos del jaspe, yo de los controles de seguridad laboral, ellos de las inspecciones de trabajo en las que los menores se escondían para no ser descubiertos ya que no tenían edad para trabajar pero hacia falta dinero en casa. Yo les hablaba de la abundancia, ellos del hambre. Yo de épocas de paz, ellos de épocas de guerra.

Incluso un día les conté esto de la crisis. Ellos se burlaban de mi, decían que esto que nos quitaba el sueño era su día a día. Me decían que la gente en color se queja siempre de lo que no tiene, sin dar valor a lo que tiene, me decían que ellos, la gente en blanco y negro se conformaba simplemente con un poco más que nada.

Así transcurren mis noches en el museo. Si alguna vez les parece que alguna de las personas de las fotografías les sonríe o les guiña un ojo, sepan que es cierto, que le están invitando a almorzar cualquier noche con ellos en el museo.

Luego cuando ya hemos terminado recojo todos los desperdicios que hemos dejado en el suelo, aparto los huesos y los pocos sobrantes de comida y lo coloco todo en una bolsita.

Me voy a uno de los laterales del museo, iluminados por el sol, el sol nocturno que no para de brillar y allí hay un perro majestuoso, tumbado en la luz. Se acerca y espera a que vacíe la bolsa en su recipiente. Lo acaricio y me dispongo a volver a la vida real. Pero antes me despido del dueño del perro, que desde que dejó este mundo, debido a su vocación de pintor, le encargaron la tarea de cambiar el color del cielo. De hacer los días y las noches, de hacer la lluvia y los árboles. De dale forma a los mares o a los vientos. Aparto la ligera cortina que separa el cielo de la tierra y alli esta como toda la eternidad, atareado, pincel en mano

Me mira. Levanta su mano en esa posición neutra entre un hola y un adiós, y yo le digo lo de siempre. Adeu Manolo, es tornarem a vore demá. Y él, Manolo Safont me sonríe, como siempre.

Salgo del museo y la noche es un nuevo verso que huele a tierno, a húmedo y a esperanza.

3 comentarios:

  1. Guauuuuu,que bonicoooo.Crec q te has traspapelat en vasquet,es saquet,jejeje,pero es lo de menos,sempre conseguises posarme el pels de punta cabr......

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  2. Querido Javi:
    Hermosisimo blog...divina música que me hizo quedarme horas mientras me deleito con cada una de tus palabras..si..esas que resbalan por tus manos y que buscan refugiarse en un papel en donde florecen..
    Mi admiración, cariño y respeto como siempre para ti...
    Un gran abrazo y gracias por compartirlo..
    bindi

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  3. No vivo lejos de allí, si alguna noche quieres, te acompaño a esperar y escucho después, seguro que aprendo mil cosas, como leyéndote. Besos.

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