domingo, 16 de enero de 2011


En mi nariz aún queda pegado

el olor a piel de mi cartera,

el aroma seco a viruta

expatriada de la punta de mi lápiz,

y el perfume de las trenzas de Begoña.

En mi brazo queda limpio

el lugar donde amontonaba calcomanías,

que tapábamos a veces

escabulléndolas del alcohol

de la madre superiora.

No quedan cicatrices en mi rodilla.

No queda polvo de las piedras del gran patio en mi zapato,

ni quedan velas en los cumpleaños,

ni combas arrancadas de las manos

de las niñas cursis, pero necesarias.

Ahora sólo tengo un saco de años roto,

una espada que ya no es de madera.

Un recreo, los domingos,

y unas fotos sepia.

Y aunque no lo creas,

en mi mesilla de noche,

aún guardo

el perfume de las trenzas de Begoña.

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